10 de junio de 2008

Nevado del Ruiz, una aventura inigualable

Por: Angélica Cervera
Indudablemente, para conocer lugares diferentes y ver paisajes realmente hermosos y majestuosos no necesitamos salir del país como muchos piensan, o mejor, como muchos pensábamos, eso lo comprobé cuando visité el Nevado del Ruiz.

Primero se llega a la ciudad de Manizales, a 2126 metros sobre el nivel del mar, allí ya vas sintiendo que la temperatura cambia y empiezas a tener idea de lo que se avecina: un frío que tratará de congelarte los huesos. Después de recorres un poco más de hora y media por una carretera que sube constantemente hacia la montaña se llega a un lugar llamado “La Esperanza” donde comienza la vía destapada que conduce al encuentro con el imponente Nevado del Ruíz, o como lo llamaban los indígenas, Kumanday; este camino es considerado el cuarto más alto del mundo.

Desde que se pisa suelo manizalita se siente la necesidad abrigarse con sacos, chaquetas, gorros, guantes, etc, pero cuando se llega a este trayecto es necesario desabrigarse un poco y abrir las ventanas de los vehículos con el fin de climatizarse, para que el cuerpo sienta el frío y coja fuerzas para soportarlo, para cuando se inicie la subida al volcán las diferencias de alturas no afecte, de lo contrario se sufrirá de mareos, malestar, dificultad al respirar, dolor de cabeza, etc.

Observar el amanecer en los bajos del Nevado es sencillamente mágico, la montaña se ilumina con un color rojizo que hace parecer que se está en otro planeta, y alo lejos, el gran volcán, el responsable de tal vez la mayor tragedia en la historia Colombiana, imponente, inmenso, mitad gris mitad blanco, silencioso pero a la vez activo. Kumanday es una hermosa montaña de 5.321 metros ubicado en El Parque Nacional Los Nevados que reúne cinco cráteres volcánicos: El Ruíz, El Cisne, Santa Isabel (4950 m.s.n.m), El Quindío y Tolima (5.200 m.s.n.m), en su mayoría inactivos, unidos por una cima estrecha de los Andes colombianos.

Luego se que se entra al parque de los Nevados y a medida que se va ascendiendo la vegetación se vuelve más escasa y aparecen diferentes tipos de rocas todas formadas por el volcán, la tierra se vuelve más delgada y de un color grisáceo claro, que da la sensación de que se estuviese caminado por la luna. En este trayecto, antiguamente los indígenas realizaban distintas peregrinaciones en varios sitios como por ejemplo el Valle de las Tumbas, donde estos le hacían los rituales a sus dioses y donde ahora se realiza en las noches de luna llena el concierto de saxófonos conocido como “conciertos noches de luna”.
De esta manera se llega al Refugio, que es el lugar donde se parquean todos los carros, a unos 4800 m de altura y comienza la subida a pie, de unos 350 metros para llegar a la cima. En este punto, el llegar a la cima se convierte en un reto con uno mismo, es un momento en el que uno se demuestra su fuerza y capacidad, pues respirar a esta altura no es nada fácil y caminar si que menos; sientes que te vas a congelar del frío, las piernas te pesan, el pecho se contrae, tu corazón se acelera, definitivamente es un reto.
Sin embargo al tener de frente a este monstruo de más de 5000 metros de altura, imponiéndose, haciéndote ver diminuto, es imposible echarse para atrás. La caminata del ascenso es muy lenta, con muchas paradas, en total se alcanzan los 5.125 metros hasta que se toca nieve, y cuando ese momento llega es que te das cuenta que todo el esfuerzo valió la pena, que te demostraste que eres valiente y que por muy pequeño que parecieras, no te dejaste vencer por este grande de las nieves. La alegría que se siente es infinita, allá arriba, el Ruiz te llena de plenitud, de satisfacción, de tranquilidad, de muchas emociones que tal vez nunca volverás a sentir, y solo piensas… que si pudieras… vivirías aquí por siempre.

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